Artículo de opinión de José Manuel Durão Barroso, expresidente de la Comisión Europea y ex primer ministro portugués, sobre el 40º aniversario de la firma del Tratado de Adhesión de Portugal a las Comunidades Europeas.
Se cumplen 40 años de la firma del Tratado de Adhesión de Portugal a la Comunidad Europea. Para Portugal, esta adhesión tuvo un carácter casi refundacional, estrechamente vinculado al establecimiento y consolidación de su democracia. No fue una adhesión más a cualquier organización internacional. Con ella, las fuerzas políticas democráticas pretendían anclar definitivamente a Portugal en el espacio de la democracia liberal, pluralista y de corte europeo. En aquel momento, tras la revolución, esto no era evidente. Había una lucha considerable por definir la propia naturaleza del régimen portugués. Las fuerzas democráticas y proeuropeas acabaron derrotando los intentos de establecer un régimen de "democracia popular" o de mantener alguna forma de tutela militar.
El regreso de Portugal al corazón de Europa
Desde la solicitud de adhesión y durante las negociaciones, quedó claro que este proceso contribuiría a situar inequívocamente a Portugal en el espacio político y diplomático de las democracias de Europa Occidental. Al adherirse a la Comunidad Europea, Portugal volvía de algún modo a su "lugar natural" en Europa Occidental. El régimen autoritario anterior impidió que el país participara en el movimiento de integración que impulsó el progreso europeo tras la Segunda Guerra Mundial. Algunos afirmaban, tras el 25 de abril, que Portugal no debía ser como los demás países europeos por su tradición ultramarina, y que pertenecer a Europa alteraría su identidad.
Pero, más allá de su especificidad, Portugal es un país eminentemente europeo, y Europa es su lugar geopolítico. Tenía razón Fernando Pessoa cuando, en uno de los poemas más bellos de 'Mensagem', decía que Europa mira fijamente a Occidente y "la cara que mira fijamente es Portugal". Un país indudablemente europeo, que a lo largo de su historia ha contribuido de forma más que proporcional a su tamaño a la expansión de la civilización europea, y con vocación de otros horizontes, como demuestran las relaciones que aún hoy mantiene no sólo con Brasil, sino con todos los países de lengua portuguesa, desde África hasta Timor Oriental.
Adhesión y transformación del país
Más allá del posicionamiento geopolítico, hay que destacar lo que la Unión Europea ha aportado al desarrollo de Portugal. Hoy, el país es en muchos aspectos irreconocible si se compara con la situación anterior a 1985-86. La convergencia económica con los países más desarrollados se ha acelerado, aunque persisten problemas, sobre todo en el ámbito de la competitividad, que dependen más de la capacidad nacional que de la Unión. Portugal no sólo se ha beneficiado de fondos estructurales y de cohesión para grandes inversiones en infraestructuras, sanidad, educación y cultura, sino que ha vivido un proceso de modernización generalizado.
Los mejores indicadores de este progreso son los sociales, como la baja tasa de mortalidad infantil y la elevada esperanza de vida, superiores a las de muchos países más ricos. Tuve el privilegio de seguir desde el gobierno los diez primeros años de pertenencia, como miembro del ejecutivo de Cavaco Silva entre 1985 y 1995, un periodo de gran convergencia con la Europa más avanzada. Fui testigo del ímpetu reformista y del entusiasmo que generó la adhesión de Portugal, no sólo entre las élites políticas, sino en el conjunto de la sociedad.
Una decisión política con implicaciones globales
Esta adhesión ha traído beneficios económicos y cívicos concretos para los portugueses: la ciudadanía europea, la libre circulación y residencia en otros países , con los mismos derechos que sus ciudadanos. Ha sido especialmente importante para nuestros emigrantes, cuyo estatus se ha reforzado. Muchos jóvenes también han asumido Europa como un espacio natural para estudiar, trabajar e intercambiar experiencias, superando viejas divisiones. Sería un error reducir esta adhesión a ventajas económicas.
La decisión fue ante todo política. Aunque el interés económico nacional siempre estuvo presente, Portugal asumió con convicción su nuevo estatus, no como mero receptor de ayudas, sino como contribuyente activo al proceso de integración. Apoyado en un consenso político amplio, el país ha buscado estar en la vanguardia del proyecto europeo. Ejemplo de ello fue la decisión del Gobierno de Cavaco Silva de entrar desde el inicio en la Unión Económica y Monetaria e introducir el euro inmediatamente, así como su participación en el espacio Schengen desde el principio.
Contribución activa de Portugal a Europa
Durante los diez años en que presidí la Comisión Europea, pude comprobar el respeto que Portugal ha ganado como miembro leal y creíble de la Unión. La adhesión también ha reforzado su capacidad de intervención exterior. Sin ella, por ejemplo, habría sido difícil que Portugal hiciera tanto por la independencia de Timor Oriental. Al llevar la cuestión a la agenda europea, entonces casi olvidada, y convertirla en un punto de fricción con la ASEAN, se abrió el camino para el diálogo con Indonesia bajo los auspicios de la ONU. Es decir, lejos de reducir nuestra capacidad de actuación, la pertenencia a la Unión ha multiplicado nuestra influencia. También es importante valorar lo que Portugal ha aportado al proyecto europeo.
No es casualidad que el tratado que hoy rige la Unión lleve el nombre de Lisboa. A lo largo de los años, Portugal ha contribuido con sus autoridades nacionales y en las instituciones europeas al avance de la integración. Al cumplirse cuatro décadas de aquella adhesión, podemos decir que Portugal ha sido beneficiario y también contribuyente, reforzando su vocación nacional y proyectándola globalmente en el marco europeo. Por todo ello, 40 años después, podemos afirmar sin vacilaciones: sí, mereció la pena.