El 12 de junio de 1985 marcó un antes y un después en la historia contemporánea de España. A las 20:53 horas de aquel día, en el Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid, se rubricó el Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas, la actual Unión Europea.
Durante la dictadura franquista, los ministros del sector tecnócrata ya habían comprendido la importancia de conectar con Europa. El primer intento formal se produjo en febrero de 1962, cuando España solicitó la apertura de negociaciones con la Comunidad Económica Europea (CEE).
Como explica el historiador Julio Crespo MacLennan, "lo que fue muy beneficioso para España es que la contestación fue cordial. En la carta se dice que España no puede ingresar porque no es una democracia, pero que están abiertos a establecer una relación de tipo comercial".
Esta respuesta condujo a la firma en 1970 del Acuerdo Comercial Preferencial, que permitió comenzar a exportar a los países comunitarios, aunque dejó claro que solo con un cambio de régimen España podría aspirar a ser miembro de pleno derecho.
La transición democrática: la puerta hacia Europa
La muerte de Franco en 1975 y la transición a la democracia cambiaron radicalmente las posibilidades de España. El Gobierno de Adolfo Suárez puso como prioridad absoluta el ingreso en la CEE, y en su primer Consejo de Ministros del 22 de julio de 1977 aprobó el envío de la solicitud formal de adhesión.
El consenso político fue extraordinario. Enrique Barón, diputado socialista, recuerda "con mucha emoción" cómo la cuestión tuvo "el apoyo de todo el hemiciclo", incluyendo partidos nacionalistas y el Partido Comunista. Esta unanimidad era especialmente significativa, ya que Santiago Carrillo defendía pragmáticamente que "entrar en la CEE significaba entrar en Europa".
A pesar del entusiasmo inicial, el proceso se complicó por la crisis económica, los 'años de plomo' de ETA y la tentativa golpista del 23-F. Además, el presidente francés Valéry Giscard d'Estaing mostraba reticencias ante la competencia económica española, llevando a que Grecia consiguiera su adhesión en 1981 mientras España y Portugal seguían negociando.
La situación cambió radicalmente con la mayoría absoluta del PSOE de Felipe González en octubre de 1982. Como señala Enrique Barón, "la sociedad española se atrevió a utilizar lo que es fundamental en democracia, que es el cambio en paz del poder. Fue el pueblo español el que tomó esa decisión y eso causó un gran impacto en Europa". González mantuvo la CEE como objetivo prioritario y, con Fernando Morán y Manuel Marín, se propuso salvar los obstáculos pendientes: la reforma agraria, la reconversión industrial y la introducción del IVA.
La recta final hacia el acuerdo: 12 de junio de 1985
Los primeros meses de 1985 fueron decisivos. Manuel Marín recordaba que "hubo dos momentos finales muy complicados: el acuerdo relativo al vino y el paquete pesquero. Y se resolvieron a través de trabajos bilaterales, sobre todo con Francia". El 29 de marzo se dio por cerrado el acuerdo, aunque las negociaciones se prolongaron hasta el 6 de junio.
La jornada del 12 de junio de 1985 quedará para siempre en la memoria española. Por la mañana se firmó el tratado en Lisboa, y por la tarde tuvo lugar la ceremonia en el Palacio Real de Madrid, con la presencia de Jacques Delors, el rey Juan Carlos I y más de 600 invitados. La jornada estuvo empañada por tres atentados de ETA que causaron cinco muertos.
"Para España, este hecho significa la culminación de un proceso de superación de nuestro aislamiento secular y la participación en un destino común con el resto de los países de Europa occidental", declaró Felipe González en su discurso histórico.
El último obstáculo: la OTAN
Quedaba un escollo final. El PSOE había prometido un referéndum sobre la permanencia en la OTAN, pero González comprendió la vinculación entre la OTAN y la pertenencia plena a la CEE. El referéndum del 12 de marzo de 1986 decidió la permanencia con un 52,2% de los votos, despejando definitivamente el camino.
El 1 de enero de 1986, España y Portugal entraron oficialmente en la CEE tras más de ocho años de negociaciones. Como recuerda Enrique Barón, "fuimos acogidos con expectación, pero con la conciencia de que se cerraba una herida que existía en Europa". La adhesión no fue solo un acto diplomático, sino el reconocimiento internacional de la consolidación democrática española y su plena integración en el proyecto europeo.